viernes, 18 de enero de 2013

Os cuento...

Os cuento. Se trata de una historia común pero que viene por otros cauces aunque el contenido es similar al de muchos comentarios parecidos.

Esta mañana he recibido una llamada telefónica de una lectora de excepción, una librera ya jubilada cuyo testimonio me ha emocionado al venir de persona con muchos años de lecturas a cuestas. Había leído La otra vida de T. Loure, se la regaló una amiga estas Navidades, libro impreso en el que se encuentra un teléfono de contacto, y le gustó tanto, que no ha podido por menos que decidirse a llamarme directamente, lo cual ha constituido una grata sorpresa, aunque, la verdad, es una pena que no esté en activo ahora porque la recomendaría a sus clientes. Esta señora me ha felicitado con palabras que gustan a cualquier autor; trata la novela de pequeña obra maestra afirmando que me lo decía una persona quien a lo largo de su vida ha leído muchísimo.

Lo ha tratado de libro delicioso, escrito con gran sensibilidad y que nos lleva al mundo ya desaparecido de las novelas de duro, mundo poco conocido para el lector actual. Celebra la descripción de los personajes, incluso en la no descripción de algunos como por ejemplo la del librero Matías, porque Matías es un personaje al que cada lector puede ponerle el aspecto físico que guste siempre acorde con sus propias vivencias personales ya que se trata de un individuo simbólico y entrañable. Pero también hay palabras para el resto, la dueña de la tienda de flores egoísta, codiciosa y explotadora, los hermanos de la protagonista, unos indeseables, luego el editor y su socio don Miguel, personajes muy representativos del mundillo editorial de la época, y por último, lo que ella denomina el toque maestro, la inserción en el texto de varios fragmentos de la “novelitas de duro” escritas por Teresa Loure.

Su comentario final ha sido: Francamente, hacía mucho tiempo que no leía una novela tan bonita, y evocadora de toda una época.

Ya podéis imaginar mi alegría al escucharla, más que sus palabras, el entusiasmo al pronunciarlas, que eso sí no puede reproducirse con la letra impresa. Pocas satisfacciones da la literatura pero de vez en cuando alguien nos hace felices refiriéndose elogiosamente a lo que más aprecia un escritor, su obra.

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