jueves, 31 de enero de 2013

Llamaradas solares

Vivimos con permiso del enterrador y no lo sabemos, siempre ha sido así pero ahora se agudiza, tal vez porque ahora están concurriendo una serie de circunstancias que a cada nueva semana lo van intensificando y no lo digo para que cunda el pánico ya que obras son amores.

Si miramos al cielo, aparte de que esté azul de día y estrellado de noche cuando no hay luna, la mirada es de recelo cuando no temor: el sol lanzando llamaradas cada vez más largas en evidencia de una desusada actividad que va coincidiendo con antiquísimos cálculos mayas de cariz apocalíptico, y por si esto fuera poco, el firmamento convertido en amenaza al transformarse en lugar de tránsito de juguetones meteoritos, asteroides o lo que guste mandar el cosmos. Dicen que el 15 de febrero uno de ellos pasará casi rozando la Tierra, cómo si ya no tuviéramos suficientes preocupaciones, ¿y luego qué, la nada o más de lo mismo?

Cuando la Tierra era muy joven, y no había gente sino antepasados animales del hombre, las catástrofes geológicas y lo que nos podía caer del cielo, estaban a la orden del día, pero era lo normal y la vida que pululaba en nuestro planeta ni podía predecirlo ni podía intentar tomar medidas, sucedía y ya está, desaparecían especies, se desarrollaban otras, así pasó el Cámbrico con la extinción del rey de lo océanos, el temible y feroz calamar gigante, mucho más temible y feroz que los propios dinosaurios cuando les tocó el turno de aparecer, y la vida fluía, desgarradamente sentando indelebles arquetipos de lo que luego se convertirían en espantables profecías hechas de recueros inconscientes.

¿Quién puede evitar una catástrofe sideral?, ni siquiera el mismísimo Bruce Willis en su papel de salvador del planeta. Tanto progreso tanto misil y a la hora de la verdad nos hallamos totalmente indefensos.

Tristemente es así, no somos los reyes de la creación sino una especie más, también con fecha de caducidad, y ahora ¿quién será el próximo heredero, las ratas?

Para la prepotencia del ser humano creyendo incluso que es la única entidad inteligente, no ya de la Tierra, sino del universo entero, puede resultarle, si le nombramos antecesor en el puesto de esos insaciables y feroces roedores, algo más que un insulto, y, sin embargo, no es una hipótesis lanzada al vuelo.

Que no existe ser más vanidoso que el humano, lo comprendemos rápidamente contemplando el firmamento a través de un telescopio o bien en las fotos que salen de vez en cuando en la prensa comentando determinadas noticias pero aun y así parece que no basta; somos tan presuntuosos que el universo entero se nos queda pequeño sin darnos cuenta que los pequeños somos nosotros, los habitante de un diminuto planeta que gira en torno a un sol de tercera clase en los suburbios de la Vía Láctea, esa es toda nuestra grandeza y de ahí hasta el infinito contemplándonos el ombligo llenos de suficiencia; somos los más inteligentes, los más capacitados, los reyes de la Creación, lo mejorcito del cosmos. ¿Cómo es que no se nos cae la cara de vergüenza ante tanta prepotencia estúpida? Nos estamos cargando a la Tierra y aún pretendemos ir a colonizar otros planetas, explorar ¿o esquilmar?

Uno de los primeros astronautas que pudieron contemplar la Tierra de lejos comentó, emocionado, que semejaba un punto azul desvalido y vulnerable y que le entraron ganas de protegerlo... No deja de tener cierta ironía el considerar nuestro planeta como una entidad inocua y susceptible de ternura, un mundo donde reina la injusticia, el egoísmo y la malevolencia, donde las guerras son armas de represión y el amor al prójimo un bonito cuento de hadas... Pero el astronauta lo vio inocente, porque se hallaba muy lejos y deseó protegerlo de todo mal... Lástima grande que sus habitantes no puedan apreciarlo de la misma forma, e ignorándolo, estén precipitando su ruina, una destrucción en la cual, las llamaradas solares no sean sino los fuegos de artificio del fin de fiesta.

LLAMARADAS SOLARES Copyright 2013 Estrella Cardona Gamio http://lacomunidad.elpais.com/estrellacardonagamio/2013/1/31/llamaradas-solares

viernes, 18 de enero de 2013

Os cuento...

Os cuento. Se trata de una historia común pero que viene por otros cauces aunque el contenido es similar al de muchos comentarios parecidos.

Esta mañana he recibido una llamada telefónica de una lectora de excepción, una librera ya jubilada cuyo testimonio me ha emocionado al venir de persona con muchos años de lecturas a cuestas. Había leído La otra vida de T. Loure, se la regaló una amiga estas Navidades, libro impreso en el que se encuentra un teléfono de contacto, y le gustó tanto, que no ha podido por menos que decidirse a llamarme directamente, lo cual ha constituido una grata sorpresa, aunque, la verdad, es una pena que no esté en activo ahora porque la recomendaría a sus clientes. Esta señora me ha felicitado con palabras que gustan a cualquier autor; trata la novela de pequeña obra maestra afirmando que me lo decía una persona quien a lo largo de su vida ha leído muchísimo.

Lo ha tratado de libro delicioso, escrito con gran sensibilidad y que nos lleva al mundo ya desaparecido de las novelas de duro, mundo poco conocido para el lector actual. Celebra la descripción de los personajes, incluso en la no descripción de algunos como por ejemplo la del librero Matías, porque Matías es un personaje al que cada lector puede ponerle el aspecto físico que guste siempre acorde con sus propias vivencias personales ya que se trata de un individuo simbólico y entrañable. Pero también hay palabras para el resto, la dueña de la tienda de flores egoísta, codiciosa y explotadora, los hermanos de la protagonista, unos indeseables, luego el editor y su socio don Miguel, personajes muy representativos del mundillo editorial de la época, y por último, lo que ella denomina el toque maestro, la inserción en el texto de varios fragmentos de la “novelitas de duro” escritas por Teresa Loure.

Su comentario final ha sido: Francamente, hacía mucho tiempo que no leía una novela tan bonita, y evocadora de toda una época.

Ya podéis imaginar mi alegría al escucharla, más que sus palabras, el entusiasmo al pronunciarlas, que eso sí no puede reproducirse con la letra impresa. Pocas satisfacciones da la literatura pero de vez en cuando alguien nos hace felices refiriéndose elogiosamente a lo que más aprecia un escritor, su obra.

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