domingo, 31 de enero de 2010

La canción de la manzana

LA CANCIÓN DE LA MANZANA es una novela de humor cuya acción transcurre en Lantornia, imaginario país europeo que linda con ninguna parte, su moneda es el cukóo y no pertenecen a la Comunidad Económica Europea.

La acción tiene lugar en el año 2005 cromiliano; ya que no se rigen por el nuestro gregoriano.

Sus protagonistas son Tris Dass, joven periodista sin diario en el cual escribir ya que sus textos son demasiado rompedores e iconoclastas como para ser admitidos en cualquier redacción; trabaja eventualmente en una granja-lechería a la espera de tiempos mejores.

Battyanna Rannera, vecina del anterior, muchacha de 20 años muy sociable y pluralmente abierta a la humanidad como suele decir Tris que nunca llama a las cosas por su nombre si son difíciles de explicar.

Vitolio Trozidetroci, conocido como el Caníbal-Vegetariano, arquitecto de profesión, notable poeta, exquisito gourmet y filántropo vocacional. Yéndose a vivir al bloque Porquelos que es donde residen Tris y Battyanna, se convierte en vecino y amigo suyo. Teniendo en cuenta que en Lantornia está considerado como una especie de héroe nacional dada su proyección mediática, ser amigo de tan distinguido personaje es todo un honor.

En semejante disparatado contexto La canción de la manzana no es otra cosa que un continuo de situaciones delirantes y sorprendentes que arrancan la carcajada constante al lector.

Esta novela salió on line en http://www.ccgediciones.com/, nuestra página web, el 19 de noviembre de 1999, y con motivo de cumplirse el décimo aniversario de la web, hemos publicado en papel La canción de la manzana. Podéis leer todo su Making Off, y mucho más, en http://www.lacanciondelamanzana.com/


La canción de la manzana, afortunada ella, tiene un prólogo de Mikel Urmeneta. Gracias Mikel.

jueves, 28 de enero de 2010

Heditores

Me gustaría expresar mi opinión respecto a los contenidos vertidos por Luisge Martín en El País fecha 19/01/2010, en su artículo "Mueran los heditores".

Parece ser que el principal temor del señor Martín consiste en que un temible alud de pésima literatura, llena de faltas de ortografía, erratas tipográficas, mala construcción de frases y fallos varios, propios de la falta de rodaje de los escritores bisoños, inunde el mercado e-book, o, lo que es aun peor, el de los libros impresos en papel auto financiados por sus propios autores consecuentemente convertidos en editores... o heditores.

Nada más lejos de la realidad; ese gozoso alud de incoherencia literaria, mal redactada, con ortografía de escolar y peor pergeñada argumentalmente hablando (según el señor Martín), tiene una vida muy corta si lo analizamos con imparcialidad ya que fallece de muerte natural en cuanto pueda caer en manos de cualquier lector acostumbrado a mejor literatura, ¿o es que nadie se ha dado cuenta aún?, y al decir nadie me refiero a las temerosas editoriales consagradas. No hay que asustarse, pues, de que José Saramago se halle jamás en plano de igualdad con ninguna prima Paqui semi analfabeta.

El único beneficio de este optimista movimiento literario ínternáutico, es que muchos escritores desconocidos verán publicadas sus obras y serán felices, y, tal vez, tal vez, contra todo pronóstico, más de uno conseguirá su sueño alcanzando algún día el estatus de escritor consagrado, ¿no vale entonces la pena?

De antiguo sabemos que muchos son los llamados y pocos los escogidos, porque eso ha sucedido siempre, pero, si no existe la oportunidad ¿cómo puede haber un futuro? Hay que tener en cuenta la ilusión de los demás y no ser tan inflexible.

Tengo entendido que cuando se editó el Quijote por primera vez, y se vendía por entregas, salió a la venta con multitud de erratas, corta existencia le hubiera esperado en nuestros días ¿verdad?

¿Qué el escritor que se autoedita pierde el tiempo, qué es un aprendiz chapucero?, pues que se lo cuenten a Christopher Paolini, cuyo primer libro de la trilogía lo escribió a los 14 años y la edición, impresión más bien, la financió su padre con bastante esfuerzo económico, en cuanto al marketing consistía éste en ir de colegio en colegio representando la pantomima escénica de su novela, disfrazado Christopher del protagonista Eragon. Con tanto movimiento, quiso el azar que el hijastro de un editor que había ido de veraneo al pueblo donde vivían los Paolini, comprase la novela en una librería de barrio, le gustara, y el resto es conocido, ¿o no?

Otro ejemplo digno de no echarse en saco roto y que viene al hilo de las reflexiones del señor Martín, es el que nos ofrece J.K. Rowling, cuando confiesa en cierta ocasión que se vio obligada a suprimir la escena de una partida de ajedrez en uno de sus primeros libros por exigencias de su editora a la que se ve que no le gustó esa idea (subsanada la omisión en una novela posterior de la saga). Otro detalle, por exigencias editoriales, Rowling se vio forzada a rellenar sus siguientes obras con páginas y más páginas, hasta el punto que esas páginas son auténtica paja que llega a hacer incluso tediosa la lectura ya que no aportan nada nuevo y es un alargo sin otro sentido que el de aumentar el precio del volumen.

En cuanto a los escritores noveles contra los que arremete el señor Martín, si pecan de algo es de impacientes llevados por su ingenuidad, lo que significa que no se pulan demasiado a la hora de escribir sus obras, lógicamente les falta rodaje, y así éstas adolecen de un acabado muy importante en el momento de llenar páginas: eso que se llama rescribir, y no una vez sino numerosas veces hasta dar por concluida la novela. Ahora bien, yo me he encontrado con que, en bastantes ocasiones, los escritores profesionales no se han cansado precisamente rescribiendo y eso se nota y mucho.

Por lo que hace a la difusión de autores desconocidos, si la obra es buena el boca oreja funcionará, no sería el primer caso, encontrando el libro mercado interior, luego exterior y por consiguiente traductor más tarde y dinero para ello.

¿Y por qué van a desaparecer los libros de no ficción escritos por encargo de las editoriales? Ese Juicio Final que augura el señor Martín para las editoriales ya establecidas, no significa que se vaya a acabar con ellas en todos los sentidos, por supuesto que seguirán existiendo, hay espacio suficiente, porque tienen la inteligencia sobrada de saber evolucionar, para muestra la campaña e-book que se avecina en los próximos meses aquí en nuestro país; si Dan Brown ha vendido más ejemplares en e-book que en papel de El símbolo perdido, es un dato que hay que tener bien presente.

Luego están las pequeñas, pequeñísimas, editoriales, que parece que empiezan a levantar cabeza publicando sus libros, curiosamente libros que las grandes desdeñan por no considerar rentables, y que, sin embargo dan sorpresas, incluso en el terreno de descubrir a nuevos talentos.

El señor Martín censura la posible introducción de publicidad en e-books de los heditores, y le horroriza porque se le antoja un desprestigio de la calidad del libro, eso evidencia que nunca ha leído, u hojeado, novelas del siglo pasado, hasta los años 60 inclusive, en las cuales se adjuntaba impresa publicidad al final de la obra o al término de capítulo; no hay nada nuevo bajo el sol, señor Martín.

Otro aspecto de la cuestión que toca el señor Martín en este asunto de auto editor, o heditor, que quiera usurpar la posición de los ya establecidos, es el de que cargará sobre sus espaldas, sin ninguna experiencia, con las múltiples labores que conlleva una editorial o sea que se habrá de comportar "como un empresario de sí mismo y asumir el desarrollo informático y administrativo, la gestión comercial y la promoción de sus libros", todo lo cual es un esfuerzo monumental para el que no se halla preparado si encima tiene que escribir sus propias obras, francamente un esfuerzo de titanes para un inexperto novato al que no le sobraría el tiempo con tantos trajines, aquí le doy la razón al señor Martín, pero también le digo que si un autor pretende publicar sus novelas, más le duele a él meterse en semejante arriesgada aventura, no caprichosamente, sino empujado a ello por la necesidad de hacerlo, y no es tanto para ganar dinero como por ver sus obras editadas, que el literato al que no le hacen caso las editoriales consagradas suele ser uno de los últimos románticos de la época actual aunque con ilustres precedentes, por ejemplo: las hermanas Brontë se auto publicaron sus obras, y Lewis Carroll pagó también de su bolsillo la primera edición de Alicia en el país de las maravillas.

Muchas veces he pensado acerca de lo contentos que se hubieran sentido todos aquellos escritores del pasado si hubiesen podido contar con el e-book y las imprentas digitales.

Para concluir señor Martín, una sugerencia: el título de su artículo "Mueran los heditores", no es precisamente afortunado; nadie nace enseñado y a lo largo de la historia de la literatura muchas empresas se han llevado a cabo con ilusión y entusiasmo, y ese esfuerzo ha de ser respetado, no se debe ridiculizarlo, no es de buen gusto.
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HEDITORES Copyright 2010 Estrella Cardona Gamio
http://lacomunidad.elpais.com/estrellacardonagamio/2010/1/28/heditores

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