lunes, 28 de septiembre de 2009

El amigo Urmeneta cuenta...

El amigo Urmeneta cuenta en su post de hoy, día 28 de septiembre del 2009, una bonita historia referente a flores y plantas que este verano, en su ausencia vacacional, han crecido entre las uniones de las baldosas de su terraza, y esto me ha traído a la memoria el recuerdo de un relato que escribí hace ya años, hablando de algo muy similar. Se trataba de un argumento inspirado en la foto de una revista en la que aparecía una mamá famosa con su hijita no menos famosa también, en una terraza, que situada arriba de todo, en un impresionante rascacielos newyorkino, contemplaban la ciudad muy lejana a sus pies. Entonces pensé que esa niña se iba a educar entre terrazas y azoteas de lujo sin saber lo que era el campo abierto ni las flores y sentí pena por ella, por eso escribí el cuento Será una vez...

Hoy, la foto que incluye Mikel Urmeneta en su post, parece haber sido hecha para ilustrar mi relato, una casualidad, curiosa y muy bonita. Gracias, Mikel, creo que debías saberlo.

La salvajada del Toro de la Vega

Dice la leyenda que cuando los elefantes abren un camino en la selva lo transitan siempre, es la llamada senda de los elefantes que ha inspirado más de una película. El paquidermo es inamovible en su andadura y así lluevan chuzos de punta no la abandonará jamás, y si el hombre edifica sobre ella avanzará como un tanque pisoteando las construcciones, frágiles siempre, hasta allanar el sendero de nuevo volviendo a caminar sobre él, temible y victorioso.

Pero, ¿es sólo prerrogativa de los elefantes seguir esta línea de conducta?

Las sendas ancestrales, las viejas tradiciones. son muy difíciles de erradicar tanto para los elefantes como para las personas, con la única diferencia que las bestias están en su derecho y el ser humano no cuando de lo que se trata es de festejar efemérides ungiendo con sangre animal primitivos ritos de iniciación masculina. Estamos en el siglo XXI pero a los efectos como si estuviéramos en el año cero a.C, o eso parece, y si no, a los hechos me remito con una muestra reciente: la salvajada del
toro de la Vega, tradición de interés turístico y que convoca numeroso público tanto nativo como foráneo, del país quiero decir y también de algún turista despistado.

Se asegura que el toro de la Vega no sufre, y yo me pregunto, ¿quienes hablan con tanta ligereza han sido toros alguna vez, y sobre todo toros de la Vega en Tordesillas, Valladolid?; seguro que de haberlo sido su opinión resultaría muy diferente, porque todos los entes vivos que hay en este planeta (según dicen el único que posee vida inteligente en el universo como afirma el vanidoso ser humano), hasta la más insignificante oruga, experimentan sufrimiento si se les hiere o tortura, si están enfermos, si tienen hambre o si están sedientos, lo mismo que nosotros los auto coronados reyes de la Creación, claro que esto parece que lo ignoran en Tordesillas, Valladolid, ya que califican el espectáculo de bonito y de interés cultural.

¿Qué clase de lecciones culturales se pueden aprender acosando a un animal que no tiene la culpa de haber sido elegido, gran honor, para ejercer de víctima propiciatoria?

¿Cómo pretendemos ser europeos de derecho, civilizados, cultos, cómo pretendemos educar a nuestros hijos en el respeto al prójimo, en las buenas formas, en la compasión, si aplaudimos con mentalidad de hombre prehistórico un espectáculo lleno de crueldad y sadismo?

¿Cómo se puede permitir semejante barbaridad, cómo se permiten tantas en la racial piel de toro (tiene gracia, ¿no?, que nuestro tótem sea precisamente ese), animales decapitados a lo bestia, animales defenestrados con la mayor indiferencia, astados a los que se les pone en los cuernos "bonitos" fuegos de artificio, y otros que reciben la puntilla como máximo exponente de misericordia, ¿cómo y en nombre de qué, del entretenimiento, de la diversión, del negocio?

Si tanto gusta transitar por la senda de los elefantes, que se busquen voluntarios que ocupen el lugar de las víctimas, ya que si las lanzadas no duelen, ¿por qué temerlas?; no es más que un juego de interés turístico.

Para concluir con una nota de esperanza sugiero que se vuelva al espectáculo incruento y deportivo que tenían los cretenses: el salto sobre las astas de los toros y en el que participaban incluso las mujeres.

Pero no convence, ¿verdad?

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