jueves, 30 de julio de 2009

Con permiso del azar


El azar puede personificarse de muchas maneras, una de ellas, quizá la más repetidamente simbólica, sea la del cubilete de dados que se agita para que salga nuestra suerte, la buena se sobreentiende, eso es el azar y, nuestra ilusión, que siempre nos favorezca, una verdadera utopía a la que nunca renunciamos. Sin embargo hay otra clase de azar en el que no pensamos, o, mejor dicho, ni siquiera hemos reparado, el de la vida cotidiana que puede adjudicarnos un premio gordo sin haberlo esperado.

Por ejemplo, hace una semana, concretamente el 20 de este mismo mes, algo pasó en nuestro sistema solar pero no nos enteramos hasta transcurridos tres días: un cuerpo celeste, según dicen más grande que la Tierra, impactó contre el planeta Júpiter desapareciendo en su interior (recordemos que sólo el núcleo de Júpiter es sólido ya que el resto es líquido y gaseoso) mientras provocaba la aureola del consiguiente choque que le hacía parecer todavía más espectacular y fue un astrónomo aficionado, el australiano Anthony Wesley, quien fotografió el espectáculo, confirmado más tarde por la NASA. Hasta aquí todo normal dentro de la "normalidad" que encierran tal clase de sucesos, son cosas que acaecen en el cosmos, y, fuera de la Tierra, ¿a quien le importa donde vayan a estrellarse asteroides, meteoros o cometas?

En la antigüedad a Júpiter se le denominó el gran benéfico del zodíaco, y su fama no debe ser incierta cuando en la presente ocasión y en otras muchas, nos ha hecho de pantalla salvadora al desviar de nuestro planeta el impacto temible de asteroides, meteoros o cometas, y ello debido a su gran masa que los atrae.

En la presente ocasión ha sucedido igual por suerte para este desgraciado planeta que llamamos Tierra y que cada vez está peor; ¿se ha dado cuenta el ser humano en su orgullosa pequeñez que el día menos pensado puede suceder que algún cuerpo celeste tenga un encuentro en fase definitiva con la Tierra y ésta reviente y explote para siempre jamás? Y no serán, señores, fuegos de artificio, frívolo espectáculo para ociosos, hay que tenerlo en cuenta.

Los terrícolas no somos tan importantes como vanidosamente nos creemos y caminamos con la venda puesta sobre los ojos destruyéndonos los unos a los otros en nombre de muchas razones y ninguna de ellas válida si las comparamos con la supervivencia del planeta que nos sirve de morada y que estamos convirtiendo en inhabitable. Ya lo han dicho los astronautas al contemplarlo desde el espacio: la Tierra ofrece un lamentable aspecto, aquellas nubes blancas y suaves que recordaban pinceladas sobre el azul de los océanos, ahora aparecen como garras crispadas, hechas jirones e incluso los colores terrícolas han perdido su brillantez y no nos damos cuenta, aunque ¿verdaderamente eso importa? Cuando el ser humano se halla distraído porque los árboles no le dejan ver el bosque es incapaz de darse cuenta que la Tierra no es más que una esfera vulnerable expuesta a todos los peligros tanto internos como externos. Júpiter ha desviado el golpe una vez más y el hecho en sí poco nos importa absorbida nuestra atención por otras cosas desgraciadamente inmediatas, sin darnos cuenta que vivimos con permiso del azar, y que ya va siendo hora de que depongamos luchas fratricidas, odios sin sentido, fanatismos, rivalidades absurdas e intentemos ser, de una vez por todas, lo que pretendemos: individuos inteligentes y civilizados, buenos vecinos y buenos hermanos, porque la vida es breve y sólo tenemos una... aunque parece que muchos no se den cuenta.

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