domingo, 7 de diciembre de 2008

Un largo camino de cien años

La primera vez que vi, de una forma consciente, la Pedrera de Gaudí, o Casa Milà, lo hice de la mano de mi padre. Yo era muy pequeña entonces y recuerdo que la contemplé con curiosidad, la curiosidad propia de una criatura a quien le señalan un monumento que no entiende mientras su padre le dice:

-Fíjate, hijita, esta casa se construyó mucho antes de que tú y yo naciéramos y seguirá en pie cuando ya no estemos.

Papá solía hablarme así, como si yo fuera una persona mayor y pudiera comprenderle perfectamente en sus elucubraciones a veces casi filosóficas para compartir con una niña de seis años, una niña de entonces no de ahora.

Miré la casa con interés y luego le dije:

-Es una casa rara.

Y en efecto, lo era, lo sigue siendo, una casa avanzada a su tiempo cuando fue construida y una casa que sigue siendo moderna, futurista, en la actualidad.

Después, con los años, al ir creciendo, he vuelto a pasar muchas veces delante de ella y la continúo viendo igual que el primer día, una casa extraña, como trasplantada de un mundo de cuento de hadas, y que no ha envejecido en todos estos años. Sí, mi padre tenía razón, cuando ya no estemos, ni él ni yo, la Pedrera continuará imperturbable con su aspecto innovador y mágico eso si las urgencias de la vida moderna, y sus ansias de velocidad, no acaban antes con ella, caso de no hacerlo también, porque hay donde elegir, esa manía de restaurar fachadas en claro atentado al respeto histórico.

Él ya no está, mi padre quiero decir, se fue pronto hará treinta años, en febrero del que viene, y la Pedrera continúa en pie, causa de admiración de propios y foráneos. Este diciembre, el día ocho, es el aniversario de papá, su centenario y él no está para celebrarlo, como tampoco está Mercè Rodoreda, curioso que los dos nacieran el mismo año y conocieran parecidos avatares, una Guerra Civil, el exilio de Rodoreda y tres años fuera de la vida de mi padre, tres largos años, después la triste posguerra y el peso de aquellos tres años marcándole para siempre hasta la vejez... Sólo la Pedrera, como un trasunto de eternidad, de esta pequeña eternidad nuestra, permanecía, permanece y permanecerá para recordarnos que no somos piedra y, aunque la piedra también conoce su fin al disgregarse, siempre nos lleva ventaja, porque la piedra carece de memoria pero nosotros no.

La casa Milà ha sido el primer monumento del que fui consciente, un recuerdo que unir a otros dos muy significativos relacionados con papá, tesoros como esos que al ser niños guardamos en una vieja caja de zapatos y que nunca olvidaremos al hacernos mayores; son recuerdos amigos de los que echamos mano cuando necesitamos algo amable que disipe preocupaciones sirviéndonos de refugio.

Uno de ellos es éste, la Pedrera un manchón gris claro, el cielo azul y el bullicio del Paseo de Gracia en torno nuestro. No sé por qué, pero desde entonces siempre he asociado a la Pedrera con el buen tiempo, un día de primavera o quizás de verano, y papá y yo paseando, mi pequeña mano en la suya.

Pero en la caja mágica hay más recuerdos dormidos y que nada tienen que ver con la arquitectura, uno y muy importante, por ejemplo, el día en que mi padre me enseñó lo que es el concepto de la belleza, fue cuando le dije que los escarabajos eran "unos bichos feísimos".
Papá me miró muy serio respondiéndome:

-¿Has pensado lo que diría un escarabajo de ti?, ¿crees que le parecerías guapa?

No supe que responderle y él continuó:

-El escarabajo es un animalito muy hermoso...

-¡No lo es, tiene patas y cáscara y no tiene cara! –exclamé convencida interrumpiéndole.

-No es una persona, es un insecto y dentro de los de su especie es magnífico, está muy bien diseñado, matemáticamente, y la belleza es eso, hija mía, precisión y perfección, no hay patrones para ella. Lo que tú llamas "cáscara" es el caparazón, y eso de que no tiene cara no es cierto, lo que no tiene es "nuestra" cara que es algo muy distinto... Ellos son diferentes, como lo es un gato de un cisne, pero no son feos... No podemos juzgar a los demás intentando aplicarles nuestro punto de vista ni creer que lo más hermoso es el ser humano, simplemente porque nosotros somos personas y ellos no... En la naturaleza existe mucha belleza repartida mas no siempre nuestros ojos saben apreciarla.

Tenía razón, pero en aquel momento no supe comprenderle, mucho más tarde sí pues hasta encuentro belleza en una araña porque la tiene si superamos el impacto inicial que nos produce su aspecto.

Otro recuerdo, de los primeros atesorados en la caja, es sin duda cuando mi padre me enseñó a leer y a escribir, papá era maestro pero por razones obvias no podía ejercer en aquellos tiempos. Recuerdo la emoción del momento en que me mostró el libro con el que iba a aprender. Un método muy inteligente de enseñanza. Papá, que era sumamente meticuloso, lo forró con un papel grueso de color beige claro –el que empleaba mi madre para hacer patrones ya que por aquellas fechas estaba aprendiendo corte y confección-, y así continúa, como si el tiempo no hubiera transcurrido, a salvaguarda el libro del manoseo, y sin páginas dobladas ni borrones de tinta, pero cuya cubierta llenó papá con mi nombre escrito en todos los idiomas que él conocía, y que eran bastantes.

Empecé con "mi mamá me mima" y seguí con "mi mamá me ama" y "amo a mi mamá". Era fascinante, comenzaba a dominar la palabra escrita, y para una personita como yo a quien le gustaba tanto que le leyeran cuentos fue el gran descubrimiento, desde entonces no he parado de leer... ni de escribir.

Este manual incluía también diferentes tipos de letra para que los niños nos familiarizásemos con ellas si nos las encontrábamos en otros libros, y eso sí que fue difícil para mí y lo que me costó más de asimilar, pero papá no cedió a mis lloriqueos, afortunadamente.

Los dibujos del libro eran bastante modernos, mamás y papás años 30 y estaban realizados a plumilla. También había un cuento al final que era como la revalida, un cuento de ratones no muy largo que debías leer en voz alta para demostrar los conocimientos obtenidos, y cuando lo hice a trompicones y oí que papá me decía, él, que era siempre comedido en alabanzas: muy bien, lo has leído muy bien, me sentí tan feliz como nunca después me haya sentido al examinarme; ¡ya era grande, ya sabía leer!

Conservo el libro y de vez en cuando vuelvo a hojearlo en el intento, bastante frustrado, de regresar a la infancia, entonces me vienen a la memoria los esfuerzos que hacía porque todo aquello me entrase en la cabeza y mi impotencia cuando las vocales no se acomodaban en el sitio preciso al reproducirlas trabajosamente en el cuaderno rayado, primero a lápiz y más tarde, un grado nuevo en la sabiduría que tanto costaba de entrar, con pluma de mango de madera y plumilla de metal que invariablemente acababa con la punta abierta de tanto apretar.

El olor de la tinta me gustaba, me sigue gustando más como recuerdo que no como realidad, y va unido a la luz del sol incidiendo sobre las páginas del cuaderno, al balcón abierto y al calor que entraba de la calle, supongo que eran la primavera o verano de entonces –es curioso, siempre el sol y el buen tiempo están asociados a mi padre en el recuerdo-, y a papá entonces a mi lado atento a que no cometiera disparates o me distrajese contemplando las musarañas, siempre con el libro cerca, abierto o cerrado, como si fuera un pequeño amigo dispuesto a ayudar.

Hoy papá no está, se lo llevó la diabetes pronto hará 30 años, y solamente, a mi hermana y a mí, nos queda su recuerdo, fotografías, cartas, postales y el eco de sus palabras cuando, por ejemplo nos decía:

-La vida trae muchos sinsabores, hijas mías, pero siempre que éstos aparezcan contemplad el cielo por la noche, veréis tantas estrellas en la inmensidad que comprenderéis lo pequeños que somos, lo insignificante que es el ser humano y sus preocupaciones, eso os hará entender donde estáis y lo poco importante que es, aunque no lo parezca, aquello que os inquiete.

martes, 25 de noviembre de 2008

El abuelo que no sabía explicar cuentos

Mi primer libro infantil publicado en papel, EL ABUELO QUE NO SABÍA EXPLICAR CUENTOS

Así comienza...
Érase una vez un abuelo que no sabía explicar cuentos a sus nietos, lo cual resultaba muy triste porque los otros abuelos que él conocía, sí que podían hacerlo.

Una tarde, pensando en esto, decidió marcharse al País de la Infancia, a ver si recordando la suya, le volvían los cuentos a la cabeza.

Anda que te andarás, de hoy a ayer, y de ayer a anteayer y anteayer y anteayer y anteayer, y, y, y...

Índice
El caballito de cartón
El pequeño payaso
El asalto a la fortaleza
Un día en la escuela
La leyenda de Hermanita Pequeña
El Reloj Prodigioso

sábado, 11 de octubre de 2008

El abrigo de Clark Gable y otros relatos

Mi nuevo libro editado en papel. La cubierta ha sido diseñada por Ricardo Blotta, un buen ilustrador y amigo.

En "El abrigo de Clark Gable y otros relatos" se albergan 14 narraciones que tocan todos los géneros y van de una época a otra indistintamente, pues mientras una transcurre en la Roma de los césares otras son muy actuales. Existe entre todas ellas un relato vampírico de final aún más desconcertante de lo acostumbrado, uno escalofriantemente fantástico, otro satírico, uno que rinde homenaje a dos grandes figuras del arte y la literatura pero de una manera totalmente inverosímil, uno que nos lleva hasta el legendario mundo azteca, otro de ciencia-ficción, uno que nos habla de Leonardo da Vinci como interlocutor en un diálogo esotérico que es de suponer nunca tuviera lugar, otro que nos cuenta una romántica historia de amor decimonónica con un desenlace de acertijo, y los cinco restantes, dentro de nuestra época, oscilan entre la ternura, la crudeza y la melancolía, estando uno de ellos, el que da título al libro, inspirado en un hecho real aunque no lo parezca.

Índice:
La cena
El abrigo de Clark Gable
El hallazgo
La paradoja de Escher
Encuentro
Cteotl
Ciencia... ¿Ficción?
Seducción
Las criaturas
El encargo
El lider X
Un día en el circo
La muchacha de los cestos
Rezio

miércoles, 3 de septiembre de 2008

¡TOC-TOC!... BUENAS, SOY EL FIN DEL MUNDO...

Un día el Fin del Mundo bajó a la Tierra llamando a sus puertas:

¡Toc-Toc!


-¿Quién es?

-Buenas, soy el Fin del Mundo.

-¿El fin del mundo, qué fin del mundo?


Ligeramente amostazado el Fin del Mundo repuso:

-¿Cuál va a ser?, pues el único, el auténtico, el tradicional... Caerá la tercera parte del sol, el mar se convertirá en sangre, los vivos envidiarán a los muertos y todo eso... ¿Es que puede haber otro?

-Oye tío, si te quieres quedar con nosotros...

-Anda y lárgate que ya bastantes problemas tenemos, la crisis económica, la hipoteca, el desempleo y ahora vienes tú con estas monsergas del fin del mundo, como si a alguien le importara eso, se ve que no tienes otra cosa mejor que hacer que perder el tiempo soltando chorradas...

-Pero, si soy el Fin del Mundo...

-Sí y yo Caperucita Roja, ¡no te digo!

El Fin del Mundo se desesperó.

-Qué ahora vengo de verdad, en serio, si lo decís por lo del año mil eso fue un ensayo general... Y por cierto que salió muy bien, como debe ser: la gente de entonces era muy responsable, enloquecieron de miedo y los ricos regalaban sus bienes a los pobres, se tiraban de los pelos, se rasgaban las vestiduras y subiéndose al monte se daban de cabezazos contra las peñas... Vaya, lo correcto... ¿Es que no sentís nada, pavor, angustia? Da la sensación de que todo os importe un bledo, de que no vaya con vosotros, no lo entiendo...


-¡Jo, este tío está sonao!

-¡Eh, eh, un respeto, que yo no soy el tío de nadie!

En vista del éxito, el Fin del Mundo creyó que si se dirigía a los políticos estos le harían más caso, y allá que fue lleno de esperanzas.


Los políticos estaban discutiendo sobre unas próximas elecciones que ya se les venían encima y no se dignaron mirar al Fin del Mundo que se acercaba renqueando y con pinta de menesteroso.

-Hola buenas, soy el Fin del Mundo...

-¿Cómo dice?

-Que soy el Fin del Mundo y vengo a...

-Vale, vale, otro día, otro día hermano que ahora no llevamos suelto, y además ¿no ve que estamos ocupados?

El Fin del Mundo se enfadó al comprobar el poco caso que le hacían.


-¡Tengo que decirles algo muy importante, se trata de...!

-¡Ah, las encuestas, haberlo dicho antes!... ¿Cómo vamos en intencionalidad de voto?

-¿Qué voto?

-Oiga, oiga, ¿es que no sabe de lo que estamos hablando?

-Pues... no, lo siento.

-Bueno, vamos a ver, ¿usted a qué ha venido realmente?

-A decirles que ha llegado el Fin del Mundo, o sea yo...

Los políticos hicieron un corrillo aparte y se pusieron a cuchichear, al final se abrió el corrillo y uno de ellos, indiscutiblemente el líder, preguntó con cautela mientras sonreía diplomáticamente:

-¿Está usted de nuestra parte?

El Fin del Mundo le miró sin comprender.

-¿De parte de ustedes, por qué tengo que estar de parte de ustedes?

Bruscamente el líder dejó de sonreír.

-O sea que pertenece a la oposición.

Al Fin del Mundo le daba vueltas la cabeza.

-¿Que pertenezco a qué?

-A la oposición.


-¿Qué es la oposición?

-Eso, ahora hágase el despistado.

-¿A quién piensa usted votar? –zanjó rápidamente el líder.


-¿Votar?... ¿Qué es eso?

Todos le contemplaron con reprobación.

-¿Usted es de los que no votan? –exclamaron escandalizados.

El Fin del Mundo no entendía nada de nada.

-No sé de que me hablan señores.


Los políticos fruncieron el ceño muy molestos y le volvieron la espalda; si aquel individuo estrafalario no les votaba a ellos perdían el tiempo escuchándole, así que a otra cosa mariposa.

El Fin del Mundo no sabía que hacer ya, él tenía una misión y debía cumplirla, era su deber.

Se puso a cavilar y de repente halló la solución; dándose una palmada en la frente exclamó:

-¡Claro, que torpe soy, me había olvidado de los sabios, ellos me escucharán!

Y ni corto ni perezoso el Fin del Mundo se fue a buscar a los científicos que son los sabios de muestra época.

Anda que te andarás, y después de mucho caminar, se encontró con aquellos a quienes buscaba.

-Hola, buenas, me presento, soy el Fin del Mundo...

Los sabios le miraron entre irritados y distraídos, ¿quién era el atrevido que osaba molestarles en el trabajito que se llevaban entre manos?


-Haga el favor de no molestar señor... ¿Cómo ha dicho que se llama?

-Fin del Mundo, para servir a ustedes.

Los sabios le contemplaron con suficiencia y dijeron a una:

-Parece que anda usted un poco equivocado.

-No comprendo –exclamó muy sorprendido el Fin del Mundo.

-Verá señor nuestro, estamos en el siglo XXI, por más señas en el tercer Milenio y las cosas han cambiado mucho en todos estos cientos de años, tal vez no se haya apercibido usted aún, pero...

-¡No hay peros que valgan, si lo que ustedes están insinuando es que yo no soy el que digo ser... Fin del mundo sólo hay uno, servidor!

-Vamos a ver, tenga la bondad de explicarnos cuales son sus intenciones.

El Fin del Mundo sonrió feliz, ¡por fin se iba a aclarar la situación!

-A mí me llevan anunciando desde hace mucho pero al final llegó el día D y la hora H... Vengo dispuesto a traer el Apocalipsis, supongo que habrán oído hablar del evento ¿no?, para eso ustedes son sabios je, je...

Los sabios le observaron como si fuera un experimento de laboratorio y luego hablaron entre sí en voz baja mientras le vigilaban a hurtadillas.


Al final uno de ellos se dirigió a él gravemente:

-¿Podemos preguntarle como lo piensa llevar a cabo?

-¿El qué?

-Hombre, ¿qué va a ser?, el fin del mundo.

-¡Ah!, pues según manda la tradición, en varios días, como si fuera una obra de teatro... En plan espectáculo, primer acto, segundo acto, tercer acto, muertos a mogollón y Juicio Final, los buenos premiados y los malos castigados, todo muy correcto, muy tradicional...

Los sabios se echaron a reír a carcajadas.

-¡Es la cosa más divertida que hemos escuchado nunca!

El Fin del Mundo se mosqueó.

-Pues yo no le veo la gracia, la verdad.

-Varios días, ¡ja ja ja!, como se ve que es usted una antigualla, amigo... ¡Varios días, si es que es para troncharse vamos!

-A mí me aleccionaron así, ¿vale? Y ya podían ser ustedes más respetuosos con alguien como yo ¡caramba! Que mi edad merece un respeto ¿o es que no les enseñaron de pequeños a ser considerados con sus mayores?

Uno de los sabios, que lloraba de risa, se enjugó las lágrimas con un pañuelo.

-No se enfade, por favor, pero, es qué es tan gracioso lo que explica, ¡acabar con el mundo en varios días por un procedimiento tan artesanal!, ¿es que no se da cuenta que está usted muy pasado de moda y que sus métodos son completamente obsoletos?

-¿Qué quiere decir?

-Algo sencillísimo, hoy en día la ciencia ha avanzado tanto que podemos garantizar un fin de mundo a la carta en una billonésima de segundo y todavía lo echo por largo.

El Fin del Mundo se indignó de veras, se acabaron los buenos modales, a él no le tomaba nadie el pelo.

-¿Qué es ésto, intrusismo laboral?, a ver si voy a quejarme a las autoridades competentes...

-Ya puede ir ya... ¿Quién va a escucharle?... Nosotros somos los sabios usted una reliquia del pasado, algo así como un mamut fósil, o mejor todavía, un dinosaurio...

-¿Lo van a hacer?

-¿El qué?


Su fin del mundo tan moderno.

Los sabios pusieron gesto candoroso y negaron abriendo mucho los ojos:

-¡Claro que no, nosotros sólo queremos investigar, saber!

-¿El qué?

-Las incógnitas que entraña el universo.

-¿Para qué?

-Para saber.

-¿Por qué?

-Para encontrar.

-¿El qué?

-La partícula Dios.

-¿La partícula Dios?

-En efecto –corearon los sabios muy ufanos-. Dios en medio del Big Bang, el misterio de la Creación... El espacio-tiempo, ir al pasado, ir al futuro, visitar las dimensiones desconocidas, tocar la materia extraña, flotar en el interior de un agujero negro... ¿No es guay?... -a los científicos se les abrían las carnes de gozo solo con pensarlo.

-Me parece señores que hace muchos eones, antes de que yo naciera, hubo cierto asuntillo con un árbol y una manzana que luego ha dado bastante que hablar y ya saben como acabó, con la expulsión del Paraíso y todo eso... ¿No les parece que se les ha ido un poco la olla con tanta ciencia?

Ahora fueron los sabios los que se enfadaron.

-¡Usted es un elemento subversivo, un agitador profesional!

-¡Llamad a la policía, pronto!

-¡Que lo encierren en una prisión de alta seguridad!

-¡Que no le dejen salir por buena conducta; este individuo es un desestabilizador nato!

-¡Eh, oigan, yo...!

Y el Fin del Mundo acabó en prisión para tranquilidad de los científicos que así pudieron seguir en su esforzada tarea hasta encontrar la partícula Dios... Porque la encontraron, ¡vaya si la encontraron!, que el que la sigue la consigue, amigos... ¡Lástima que no llegaran a ver como acabaron los fuegos artificiales!

¡TOC-TOC!... BUENAS, SOY EL FIN DEL MUNDO...
Autoría y © de este relato
Estrella Cardona Gamio-Septiembre 2008

sábado, 15 de marzo de 2008

La trampa de ser mujer

Conmemorando El día de la Mujer Trabajadora, te presento mi nuevo libro: La trampa de ser mujer, manual para recobrar la autoestima perdida.

La trampa de ser mujer nació a raíz de una charla que sobre literatura hube de dar en cierta ocasión a un público totalmente femenino, y lo que en su exposición consistió en hablar de novelas, autores y personajes, derivó luego en el coloquio posterior en algo por completo diferente, ya que comentarios y preguntas apuntaban en una sola dirección: ¿es la mujer importante, es decir, la aventaja el hombre por el hecho de serlo, somos menos al ser mujeres, ciudadanos de segunda, las eternas tuteladas que no pueden dar un paso sin la aprobación masculina?

La verdad es que me quedé muy sorprendida al escuchar todo aquello, porque en pleno siglo XXI parecía haber retrocedido en el tiempo y hallarme en el XVIII cuando Olympe de Gouges publicara su celebre manifiesto; ¿tan poco hemos cambiado, o, mejor dicho, tan poco han evolucionado las circunstancias en occidente para que haya mujeres que aún se expresen así?

Después de esto reflexioné bastante, y fruto de ello han sido las presentes páginas que he escrito repitiendo una fórmula ya usada por mí con anterioridad al redactar Taller libre de Literatura -que surgió en contestación a preguntas realizadas por un público de autores noveles-, en esta ocasión, sin embargo, las preguntas están en diferido y nunca me fueron enviadas por e-mail, pero no las he olvidado y ahora transcribo de forma coloquial las respuestas, personalizándolas in extenso, con el agregado de artículos que redactara en su momento, biografías y algún que otro relato tanto de mi autoría como de diferentes escritor@s, amén del manifiesto histórico de Olympe de Gouges, copiado íntegramente, para todas mis oyentes de un ayer no muy lejano y para cuantas amigas desconocidas, de hoy y de mañana, pueda serles de utilidad.

domingo, 17 de febrero de 2008

Diferencias entre plagio e inspiración

Mucho se ha hablado, y se habla, del plagio, no es necesario repasar su historial por otra parte de todos conocido, pero me gustaría puntualizar sobre unas diferencias muy claras, es decir, lo que separa el plagio de la inspiración. Por ejemplo, los libros de la andante caballería inspiraron a Cervantes El Quijote y a nadie nunca se le ocurriría mencionar la palabra plagio en tal caso, y como éste hay muchos que efectivamente no lo son; plagio es la copia literal de un argumento mal disimulando nombres y lugares mientras que inspirarse en un libro, sin que ello devenga transcripción exacta, no lo es, y para ilustrarlo puedo referirme a un caso muy famoso del que en su tiempo se habló de plagio sin que se le pueda acusar de ese hecho si analizamos la novela con detalle.



Se trata de Rebeca, la conocida obra de Daphne du Maurier sobre la que llovieron acusaciones de plagio al poco de publicarse, achacándole a la autora que había plagiado Jane Eyre de Charlotte Brönte. Para los que hayan leído esta novela o bien hayan visto las películas que se han filmado con diferentes títulos, el primero de todos Alma rebelde, no habrán olvidado que se trata de la historia de una huérfana que metida a institutriz enamora al dueño de la mansión en donde presta sus servicios, quien contrae matrimonio con ella, para descubrirse en la boda que su primera mujer vive y está loca encerrada en unas habitaciones secretas de la misma casa. Jane se va y un día la perturbada incendia la mansión y muere, aunque finalmente todo se resuelva bien para los protagonistas.


En Rebeca también nos encontramos con una muchacha que ha perdido a sus padres y que se dedica al trabajo de señorita de compañía de una millonaria caprichosa; rescatada de semejantes menesteres por un caballero viudo que la hace su esposa, llega a Manderley, el hogar de Max de Winter, el marido, y empieza a saber de Rebeca, su antecesora, una mujer muy bella y diabólica muerta en un naufragio. En la novela, uno de los personajes clave es el ama de llaves antigua niñera de Rebeca que le coge un odio feroz a la nueva señora y procura amargarle la vida de todas las maneras posibles hasta el extremo de querer inducirla al suicidio. La obra concluye con que el cuerpo de Rebeca aparece en el hallazgo inesperado del barco que se suponía desaparecido en el mar y entonces todo gira alrededor de un presunto asesinato que parece señalar a su viudo, finalmente éste queda libre de sospechas y el ama de llaves, al enterarse del fallo por teléfono, prende fuego a Manderley y muere allí dentro.

Según se podrá apreciar, de plagio nada porque las dos historias son muy diferentes, sugiero una lectura comparativa, y sus puntos de conexión no desmontan una novela para escribir otra. Bien que hay una huérfana que trabaja de asalariada, bien que hay un incendio, pero ahí se acaban los parecidos, porque el ama de llaves, personaje fundamental, no existe en Jane Eyre como se nos presenta en Rebeca ni ésta fue una demente. Y en cuanto a Manderley, la mansión tiene un protagonismo del que carece por completo la casona de Rochester.


Yo supongo que Daphne du Maurier se inspiró libremente en la novela de Charlotte Brönte, y escribió su propia obra, pero de eso a ser plagio media un abismo.


Otra novela que quiero comentar como segundo ejemplo es El cuento número trece, que podría llamarse homenaje a la literatura gótica inspirado en muchos e ilustres ejemplos, novela que sale de varias novelas pero a la que en ningún momento se puede acusar de ser un plagio sino una perfecta lección de saber escribir magistralmente recorriendo antiguos senderos; Jane Eyre y Cumbres Borrascosas reviven en ella, así como obras de Wilkie Collins y Jane Austen, y nadie puede demandar por plagio a Diane Setterfield, su autora, porque la novela es por completo diferente en su línea argumental, respecto de las otras, sólo una concesión, el apellido Winter "cedido" al personaje central, en clara evidencia de cumplido.


El cuento número trece es una historia que recomiendo vivamente a cuantos gusten del género antes mencionado y si son lectores de los novelistas acabados de citar, comprobarán que lo que digo respecto a inspirarse es en la presente novela una realidad estimulante y concreta.

Como último ejemplo, existir existen muchos más pero por razones de espacio no puedo ponerlos todos, quiero hablar de una novela de reciente aparición en nuestro mercado, se trata de El discreto encanto de la vida conyugal, novela de Douglas Kennedy, que inspirándose muy libremente en Madame Bovary de Flaubert, nos presenta el mismo tema, la insatisfacción de la mujer casada una vez llevado a cabo un matrimonio de rutina y el subsiguiente adulterio, desde una perspectiva por completo distinta y apasionante.


Estas tres novelas son claro exponente de lo que es inspirarse en obras ajenas sin cometer ningún tipo de plagio.

Entradas populares